“Para mí es más sencillo trabajar con alguien que te dice ‘no sales y punto’, empezar a abrirle la mente. Pero con un tipo que te dice ‘yo no soy machista, solo sé lo mejor para ella’… para romperle la cabeza tienes que usar dos martillos, tres.”
Esta fue la respuesta de Pamela Palenciano cuando le
preguntaron por su experiencia en El Salvador. La feminista decía que era más
sencillo debatir con gente salvadoreña, asegura que “el español, que está
cansado del discurso de la igualdad, se ha montado todo un contra-discurso en
su mente para demostrar que no es machista”. Estas alegaciones me hicieron
pensar.
Es cierto que vivimos una época donde cada vez somos
más las que tomamos conciencia. El hecho de que feminismo este en auge nos
beneficia muchísimo y el simple hecho de que los comentarios machistas en
público se sumerjan dentro de la esfera de lo “políticamente incorrecto”
(todavía queda mucho camino) hace que el mundo se vuelva un lugar más habitable
para nosotras.
Me explico, pasé dos veranos trabajando en un país
donde el discurso abiertamente machista y misógino era habitual. Mi amiga y yo
pasábamos días discutiendo con nuestros compañeros de trabajo sobre cuestiones
que considerábamos muy básicas, como el hecho de que una mujer fuera vestida
con poca ropa no significa que "quiera que la violen”. Nos llamaban
feministas “extremistas” y “radicales” (ojalá en aquel entonces hubiéramos
leído más y lo fuéramos) y, por
supuesto, también nos llamaban “feminazis”. Lo mismo ocurría con nuestras
compañeras de trabajo. Ellas nos decían que ellas no podrían abortar porque es “matar
una vida” y que “esa es una guarra por haberse enrollado con ese”. Nosotras nos
echábamos las manos a la cabeza. Cuando volvimos sentíamos que vivíamos en un
país maravilloso, respetuoso y hasta casi caímos en la trampa de pensar que
vivíamos en un país igualitario.
Es cierto que aquí vivo más tranquila. La mayoría de
la gente con la que me rodeo considera el aborto totalmente legítimo y a medida
que la sororidad avanza cada vez menos mujeres atacan a otras utilizando
argumentos misóginos y machistas. No obstante, esto tiene parte de trampa.
Cuando volví de aquel país donde trabajé durante todo
el verano los debates con mis amigos me parecían mucho más pacíficos. Ya no me
echaba las manos a la cabeza. Sin embargo, observé que había una constante que
se repetía continuamente cada vez que intentaba cuestionar conceptos que
tenemos íntegramente asumidos como verdaderos: “Vale muy bien Magali, pero tú
te depilas. Tú te maquillas. Tú llevas minifaldas” (por lo tanto, parece que ya
no tengo derecho a hablar) Tengo que admitir que esos argumentos me
incomodaban, me hacían sentir incoherente y casi caí en el truco del almendruco
de contestar: “Pero me maquillo porque quiero, nadie me lo impone, soy libre de
hacerlo”.
Pero no. El hecho de que seamos seres sociales no
quita que no podamos cuestionar lo que nos viene impuesto. Considero que muchas
veces ese dedo acusador es el que consigue que caigamos en la trampa del
capitalismo. No deberíamos tener miedo a
admitir que el maquillaje es un mandato social que recibimos las mujeres y que
nos supone una dependencia, aunque lo llevemos. Quizás es más fácil
autoconvencernos de que es fruto de nuestra “libertad suprema a maquillarnos” y
vayamos corriendo y felices a comprar maquillaje a alguna multinacional, pero
el poder del capitalismo habrá ganado a nuestra capacidad crítica. Por supuesto
que hay que vivir con cierta congruencia, pero no deberíamos tener miedo a
cuestionar lo que nos viene impuesto por miedo a que nos tachen de
incongruentes. Ese dedo acusador se utiliza muchas veces para desacreditar
luchas justas, y no tenemos que caer en la trampa.
La convivencia se hace más sencilla sin escuchar
verdaderas barbaridades constantemente, pero con el tiempo me he dado cuenta
que los razonamientos de nuestros compañeros de trabajo se desmontaban con un
mazazo argumental. Aquí es más complicado. Aquí, si se plantea una problemática
se apela a la libertad y ya está todo dicho, por lo tanto, si apoyas la
“libertad de elección” eres una persona “abierta de mente” y si la cuestionas
eres una persona “cerrada de mente”, fin. Así, estamos orgullosos de no tener
gente que dice “la mujer a la cocina” pero un militante de Podemos compara ir a comprar ropa con comprar mujeres
para tener sexo y aquí no ha pasado nada.
Utilizamos la libertad como un adorno para demostrar
que somos muy progresistas y defendiendo la libertad ante todo, nos creemos
tolerantes y muy abiertos, sin embargo, pasa a un segundo plano el esfuerzo de
analizar los límites, consecuencias e implicaciones de cualquier fenómeno
social.
En los círculos
que me rodean defender la legalización de la prostitución o contemplar la
polémica del velo integral como una cuestión exquisitamente multicultural (sin
significación de género) se han convertido en el discurso “políticamente
correcto”. Así, recibo las mismas miradas fulminantes aquí cuando alego que
estoy en contra de la legalización de la prostitución, que ahí cuando decía que
estaba a favor del aborto legal. Se considera “retrógrado” admitir el velo
integral como un símbolo de sometimiento de las mujeres a los varones y
cuestionar la razón de ser del maquillaje o la cirugía estética es ir en contra
del “empoderamiento de la mujer”. La base del argumentario es siempre apelar a
la “libertad de elección”, sin embargo, considero necesario tener un distanciamiento
crítico a este respecto.
Como bien dice Kajsa Ekis Ekman: “En el capitalismo el
pobre existe para enriquecer y satisfacer al rico. Y según el patriarcado, la
mujer existe para satisfacer al hombre”. Partiendo de esa base, es necesario
situar la “libre elección” dentro del un sistema desigual en el que vivimos.
¿Es inocente el empeño en apelar a la “libertad por
encima de todas las cosas”? No lo creo. Estos sistemas sobreviven porque se
adaptan, y son persuasivos. Apoderarse del discurso “políticamente correcto” es
una herramienta tremendamente útil para silenciar a las masas. Mientras estemos
felices con nuestra libertad no desmontaremos nunca los esquemas sobre los
cuales se ha construido, desde tiempos remotos y a nivel mundial, la opresión
de las mujeres. No haremos un esfuerzo en deconstruir la opresión de las
mujeres desde la base, no cuestionaremos los cimientos de la estructura social,
ni las relaciones de poder. Seremos “libres” y estaremos calladas. Sin embargo, el sistema seguirá siendo lo
que es: Un sistema absolutamente acomodado al negocio que supone la jerarquía
entre los sexos[i].
“La libre elección” pertenece a este contra-discurso moderno
que necesitamos todos para demostrar no ser machistas, sin embargo, nadie está
libre de machismo. No se trata de ver quién es más machista que quien, sino de quiénes
estamos dispuestos a observarnos y pelear contra nuestros propios formateos,
aquellos que tan profundamente hemos interiorizado. Al fin y al cabo, “abiertos
de mente” o no, “tolerantes” o no, los cambios verdaderos vendrán una vez cuestionemos
el sistema.
Si realmente el
mito de “la libre elección” se ha apoderado del discurso progresista, el
feminismo tiene un nuevo frente. Eso sí, las alegaciones siempre vienen de la
mano de gente con la etiqueta de “feminista”, por lo tanto, y como bien dice
Pamela Palenciano, no nos bastara con uno, necesitaremos usar dos o tres
martillos para desmontar este discurso.
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