viernes, 18 de noviembre de 2022

SORORIDAD Y AUTOCRÍTICA

 

Diana López Varela

«Si queremos que no nos pisoteen, no nos pisoteemos entre nosotras», estas eran las letras que mostraba la pancarta de una mujer que marchaba en frente mío en la manifestación feminista del 8 de marzo. Me pareció una reflexión tan interesante como valiente. Y es que no siempre es fácil hacer autocrítica, pero sí es necesario para mejorar.

 El feminismo me ha ayudado en muchos sentidos, y uno de los ejercicios más difíciles que me ha llevado a hacer es el de observarme. Una vez adquirida la conciencia feminista he entendido que ciertos comportamientos y sentimientos propios no han sido correctos. Y los he modificado, o, al menos, lo he intentado. Por ejemplo, una de las conductas que he decidido no volver a llevar a cabo jamás es la de criticar a otras mujeres utilizando argumentos misóginos y machistas.  Somos muchas las mujeres que en algún momento de nuestras vidas hemos sido más críticas con la mujer con la que nos han puesto los cuernos que con el hombre que nos ha coronado. Y eso no está bien. Es injusto y desafortunado. Y ya ni hablar de achacar esa infidelidad a las provocaciones de la mujer, eso es, simplemente, lamentable.

 

El feminismo ha puesto en valor la práctica de la sororidad. Este concepto, que viene del latín soror «hermana» pretende aumentar la fraternidad entre mujeres.  A mí, personalmente, me parece una de las revoluciones más significativas del feminismo, pues, lamentablemente para nosotras, los enfados entre mujeres están plagados de conflictos referidos a los hombres.  Estas rivalidades no hacen más que causarnos malestar y, aunque creo primordial hacer un ejercicio de autocrítica e introspección para cambiarlo, también considero necesario cambiar todo elemento externo que nos lleva a actuar de esta manera. Porque sí, las influencias del patriarcado alimentan los supuestos de celos y envidias femeninas.

 

Cuando somos pequeñas, todo cuento nos muestra a las mujeres como rivales. En ‘La Cenicienta’, por ejemplo, la madrastra y hermanastras de Cenicienta solían maltratar y humillar a Cenicienta. Disney las planteó como «feas» y parece que no pudieron soportar que fuera Cenicienta la que captara la atención del príncipe. En ‘Blancanieves’, a su vez, la madrastra decide matar a Blancanieves porque el espejito mágico le comunica que es ésta la mujer más bella del reino. También la Bella Durmiente cayó en un profundo sueño por culpa de otra mujer.

 

A parte de la obsesión por hacernos rivales a las mujeres, y de poner al hombre como origen de esta enemistad, también he captado una cierta tendencia a catalogar a las mujeres como «malas por naturaleza». Siempre me ha cabreado un poco esta afirmación (tantas veces repetida) porque, simplemente, no es verdad. Yo no creo que los conflictos entre mujeres mencionados anteriormente tengan que ver con nuestro estado natural de «maldad». Tampoco creo que las mujeres sean más malas que los hombres. Ni que ellos sean más nobles. Como bien explica Diana López Varela: «Las mujeres hemos estado tradicionalmente pegadas al macho, a la casa, compitiendo por él, por ser la elegida y mucho menos acostumbradas a trabajar en equipo, por y para nosotras».  Y es que, nuestro proceso de socialización es primordial a la hora de asentar ciertos

 


comportamientos y desarrollar nuestra personalidad. Somos seres profunda, psíquica y constitutivamente sociales y eso significa que somos lo que aprendemos. Más bien lo que nos enseñan.

 

Cabe mencionar, además, que, al igual que existen celos y envidias femeninas, en las cuales, insisto, tenemos que trabajar, las mujeres también establecemos relaciones increíblemente sinceras y genuinas. Pensad en vuestras amigas. Nosotras creamos relaciones llenas de comprensión, amor, cariño, ternura, confidencias, generosidad, tolerancia, apoyo incondicional y diversión. Obviamente existen mujeres malas y crueles, al igual que hombres, pero definir la relación de las mujeres siempre como tóxica y poco real contradice la experiencia más elemental de todas nosotras.

 

Uno de los agentes de socialización más importantes hoy en día son los medios de comunicación audiovisual, cuyo discurso reproduce una inexacta representación de las mujeres. Tal y como expresa Pilar Aguilar, en la vida real, las mujeres son autoras de un 5% de los asesinatos, en las series, no obstante, de un 30-40%. Si a eso le sumamos que son pocas las películas en los que las mujeres salen adelante juntas y baten a un rival y que también son escasas las series en las que se muestra la sororidad como ambiente habitual entre las mujeres, cabe entender que no sólo somos nosotras las que tenemos que cambiar y hacer autocrítica.

 

Para poder crecer en la sororidad y ejercerla, necesitamos estímulos que nos lleven a ello.  Debemos dejar atrás los cuentos y películas donde las mujeres se enfrenten por el amor de un hombre, o donde la envidia y competitividad entre ellas surja siempre en relación a la belleza y al atractivo físico. También debemos superar la idea de que las mujeres somos malvadas. Una vez interioricemos la importancia de la sororidad y la conciencia feminista recorra nuestras entrañas, entonces no hay excusa: Debemos eliminar las actitudes machistas y misóginas hacia otras mujeres. No podemos pisotearnos entre nosotras, ya lo decía aquel cartel.

 

 

 


jueves, 17 de noviembre de 2022

EN TORNO A "UNORTHODOX"

 


Acabo de terminar la serie “Unorthodox” de Netflix, casi del tirón,  y he decir que me ha gustado mucho. La serie, protagonizada por la actriz Shira Haas, se basa en la historia real de Deborah Feldman, una mujer criada en el seno de una comunidad judía ultraortodoxa que consigue escapar y comenzar una nueva vida en Berlín. Una vez acabada la serie, dado mi entusiasmo, no pude evitar ver el “making-of”, disponible también en la plataforma, donde las guionistas, la directora y los actores reflexionan sobre la serie y comentan los aspectos más relevantes sobre la misma. Lo cierto es que, muy a mi pesar, esta segunda parte no cumplió mis expectativas.

La serie evidencia claramente el machismo sufrido por las mujeres de la comunidad jasídica Satmar Ellas existen con la única función de complacer, primero a su familia y después al marido que sus familias eligen para ellas y deben obedecer en todo momento sus mandatos. Traer hijos al mundo es su cometido más importante, su cabello es afeitado al casarse para que nadie lo pueda ver (lo consideran un atractivo para el resto) y, por supuesto, no pueden alzar la voz, pues son silenciadas desde muy pequeñas. Bien, como venía diciendo, la serie evidencia el machismo y todo espectador capta la injusticia, no obstante, el “making-of” de la serie hace crítica omisa a este respecto.

He de admitir que, al principio, el “making of” me llegó a cabrear. Todo lo que dicen es que querían ir "más allá del cliché" y "respetar la autenticidad de la tradición". Explican que no querían "mostrar la visión occidental de cómo es la vida en una comunidad jasídica, sino mostrarla tal y como es". No mencionan en ningún momento que su intención era evidenciar lo difícil que es ser mujer en una comunidad religiosa, aunque personalmente crea que es uno los principales cometidos de la serie ¿Tendrán miedo a decirlo?, pensé...

Lo cierto es que en caso de que tuvieran miedo a señalar y verbalizar el machismo presente en varias religiones yo les entendería perfectamente. Me ha pasado varias veces, he preferido callar a ser calificada como intolerante, pues un amplio sector de la izquierda recibe como un ataque a la multiculturalidad toda crítica a las religiones minoritarias en occidente. Es entendible, en cierto sentido, dado el aterrador aumento del anti islamismo y la xenofobia, sin embargo, como bien dice Najat El Hachmi “no señalar los mecanismos y principios de sometimiento que impone la religión, en aras de la inclusión y el respeto a la diversidad, es asumir como justo un discurso que acaba justificando y legitimando la discriminación de las mujeres”.

Siguiendo con el análisis del “making-of” de la serie “unorthodox”, cabe decir que, a la falta de crítica por parte del elenco al sistema abominablemente patriarcal de la comunidad jasídica se le suman varios comentarios motivacionales del tipo “quiero que, cuando las mujeres que están en la misma situación que la protagonista vean la serie, sepan que, si quieren, ellas también puede escapar”.  No es nueva la tónica de individualizar todas las situaciones injustas sin afrontar que la injusticia forma parte de un todo, sin embargo, me parece relevante recalcar que, desgraciadamente, querer no siempre es poder.

 

Desde pequeñas, es Mr. Wonderful quien se encarga de insertar el mensaje “si quieres puedes” en nuestros cuadernos y tazas de desayuno. Este mensaje, que en principio parece inofensivo, no es más que un reflejo del egocentrismo que el neoliberalismo inculca al ser humano durante toda su vida, llevándole a pensar que la posición alcanzada en la escala social es consecuencia tan sólo de su esfuerzo personal y que nada tiene que ver el contexto social o los factores externos. Así, la población, centrada en su propio camino y en su ambición individual, rechaza la acción colectiva, aun siendo, sin duda, el método más efectivo para lograr cambios significativos en la sociedad.

 

Poniéndonos como referentes a los Amancio Ortegas de turno, a aquellas personas nacidas en unas condiciones sociales precarias que llegan a ser millonarias, parece que todos somos culpables de nuestra propia pobreza, pues no hemos alcanzado aquel nivel adquisitivo, aun pudiendo (y queriendo, supongo). Sin embargo, la realidad dista mucho de estos casos aislados. Lo que sucede a nuestro alrededor suele ser mucho más relevante a la hora determinar nuestro destino que nuestro simple deseo individual.

 

En este caso no se trata del nivel adquisitivo, ni de escala social alguna, se trata de la libertad de las mujeres. Resultaría muy injusto culpabilizarlas individualmente, de su "no liberación". No todas somos iguales, ni tenemos las mismas circunstancias, ni las mismas ocasiones. En palabras de Pilar Aguilar: “es cierto que cuando una mujer individualmente infringe una norma puede servir de modelo para que otras, a su vez, lo hagan. Pero no siempre ocurre. Lo realmente esencial es generar cambios en la condición del colectivo.”

 

En este caso, yo he echado de menos que el elenco enfoque la crítica al sistema, a la religión ultraortodoxa, he echado de menos que se señale al “todo” en vez de aplaudir una decisión individual que, por muy valiente y admirable que sea, no genera un significante cambio global.

 

Por último, me gustaría decir que no quiero que mi comentario sobre el “making-of” de la serie se tome de forma equivocada. La serie, en sí, me ha gustado muchísimo. La actriz principal, Shira, hace 8un trabajo soberbio y viendo los tiempos que corren, en los que el imparable ascenso de la ultraderecha amenaza los derechos de las mujeres en todo el mundo, series como esta, donde se narran y se ponen de manifiesto las injusticias que viven las mujeres en distintos puntos del planeta son especialmente necesarias. 

 

 

 


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