martes, 23 de marzo de 2021

CÁLLESE SEÑOR ARCÁNGEL

 

Arcángel

Quizás sea el encierro al que estamos sometidos el causante de que mi mente se desplace a otros momentos de mi vida, pero últimamente he estado pensando mucho en el verano que pasé con dos amigas trabajando en el extranjero. Dicen que la memoria tiende a retener solo lo positivo, es cierto, pero, entre los buenos recuerdos de bailes y risas, de vez en cuando también asoman recuerdos desagradables. Por ejemplo, siempre he pensado que aquel verano retrocedí en el tiempo, pues muchas afirmaciones que escuché, sobre la mujer y su comportamiento, parecían dignas de la España franquista.

 

Todavía recuerdo aquel día en que un compañero de trabajo nos decía a mi amiga y a mí que él jamás se casaría con una extranjera; “Son muy fáciles” decía. Él quería casarse con una “dama”, alguien que, según él, supiera comportarse. Él quería a una mujer “modesta” a su lado, que fuese tímida, decía, pues la timidez le parecía un símbolo de elegancia. Nosotras no entendíamos nada, ya no solo por lo machistas que eran sus afirmaciones, sino porque todas las noches, cuando salíamos a bailar, le observábamos babear e intentar ligar con todas aquellas extranjeras “no modestas” a las que tanto criticaba. Mi amiga y yo nos subíamos a la tarima y bailábamos como nos daba la gana, nos sentíamos revolucionarias e informales, pues esos bailes eran una forma de sacar el dedo a todos aquellos que decían que las mujeres debíamos comportarnos. 

 

Imagino que las mujeres que, en otra época, se subían a la tarima y bailaban como se suponía que no debían bailar tendrían la misma sensación de ser revolucionarias que nosotras en aquel momento. Es comprensible su sentimiento de rebeldía, no solo era una manera de desafiar la norma impuesta, sino también una forma de mostrar que les daba exactamente igual no ser consideradas “futuras esposas” (principal fin de la existencia de toda mujer según el patriarcado). Pena que, como suele ser habitual, la industria musical poco tardaría en apropiarse de ese acto. Como bien sabemos, la sexualidad (entendida esta desde un punto de vista androcéntrico) siempre ha sido utilizada por la publicidad para atraer al público masculino (el "clickbait" de hoy en día). La industria musical no quedaría atrás, y, detrás de todos los reguetoneros que protagonizaban los videoclips, varias mujeres serían colocadas en la tarima para bailar con poca ropa. Los hombres, como aquel compañero de trabajo, entrarían corriendo a ver a aquellos videos llenos de mujeres, y después abrazarían a su “modesta” mujer antes de dormir.

 

De esta situación derivan varios fenómenos a analizar. Por un lado, la forma en la que la sociedad actual continúa ordenando a las mujeres en dicotomías de mujer pública o mujer privada, puta o madre. Sin ir más lejos, esta semana el cantante Arcángel se ha pronunciado al respecto. Se trata de un conocido reguetonero cuyos videoclips muestran una ingente cantidad de mujeres en bikini, sin embargo, el susodicho se ha posicionado en contra de todas aquellas mujeres que, en sus palabras, “enseñan el culo”. Según él: “Las mujeres que se respetan se comportan y se catalogan como damas”.  Arcángel se ha beneficiado inmensamente usando la imagen de la mujer sexualizada, no obstante, ahora opina que aquellas mujeres que ha utilizado como reclamo comercial no merecen respeto. Por suerte, cantantes como Bad Gyal o Anitta no han dudado en condenar sus declaraciones.

 

Otra de las cuestiones a concluir es que, por triste que parezca, aquel acto que en un principio parecía liberador se ha convertido en un arma de doble filo; la sexualización se ha convertido en el estándar que las mujeres han tenido que seguir para poder llegar a la industria del espectáculo (Los hombres no, claro, ellos no necesitan sexualizarse, sino sexualizar a las mujeres en sus videos).  El patriarcado y, por ende, la industria musical, han encontrado una nueva forma de encorsetarnos. Tal y como mencionaba la cantante Billie Eilish recientemente, esta es la pregunta que se repite constantemente en las entrevistas que concede: “¿no te has planteado proyectar una imagen más sexy de ti misma?”, la cantante Beatriz Luengo también ha sido crítica al respecto, su libro, El Despertar de las Musas, narra varias situaciones en las que la cantante ha tenido que dar un golpe sobre la mesa.  Tal y como describe, las letras que los productores querían que ella cantara mostraban siempre a la mujer como un objeto sexual, no como un sujeto deseante.

 

El tener que pasar por el aro (este camino tan estrecho) para poder destacar en la industria se aleja mucho de la idea de libertad que teníamos; aquella libertad que parecía tan sencilla, aquella que parecía que iba a llegar tan pronto como rompiéramos con el mandato de mujer recatada. Es triste que la mirada masculina siga controlando el cuerpo de las mujeres, sobre todo la mirada de hipócritas como Arcángel o aquel compañero de trabajo.

 

La idea de que la libertad de las mujeres siempre esté llena de armas de doble filo ha vuelto a resurgir en mi mente cuando el libro de Najat El Hachmi El Lunes nos Querrán ha caído en mis manos. El libro cuenta la historia de dos jóvenes musulmanas que, viviendo en un entorno opresivo, desean encontrar la libertad.  En uno de los fragmentos del libro la protagonista muestra una tremenda admiración por la madre de su amiga, también musulmana, pues esta sigue una dieta.  La protagonista, por otro lado, tiene completamente prohibido modificar su cuerpo; ella siempre ha sido advertida de las consecuencias devastadoras que puede tener el hecho de provocar el deseo de los hombres y toda conducta de esta índole es considerada “una provocación” hacia ellos.  En un mundo donde la modificación de la imagen parece tener consecuencias directas sobre lo que eres (una cualquiera) hacer dieta también parece un acto de rebeldía, una manera de contradecir la norma impuesta, y una forma de desafiar el posible deseo masculino. Sin embargo, pronto descubrirán que aquello nada tiene que ver con la libertad; las sesiones semanales de tratamientos corporales, donde el dolor de las agujas les causa el llanto, la cantidad de horas sin comer, llegando a sufrir mareos y desmayos, o la total dependencia a las cremas anticelulíticas, no hacen más que evidenciar que aquello tampoco es una vida libre de ataduras.

 

Es frustrante que todo acto llevado a cabo por nosotras (ya sea bailar en una tarima o modificar nuestro cuerpo) sea considerado realizado con el fin de complacer a los hombres, más aún, que dependiendo de los actos que llevemos a cabo, se nos otorgue un grado mayor o menor de respeto.  Todas estas injusticias que hemos padecido las mujeres a lo largo de nuestras vidas no solo han creado un profundo malestar en nosotras, sino también un inevitable sentimiento de rebeldía.  En mi caso, fueron estos los sentimientos que me acercaron al feminismo, sin embargo, fue este mismo movimiento el que me enseñó que, romper con el orden anterior, no lo era todo. También aprendí que, el fin del patriarcado de coerción, en sí mismo, no supone la consecución de la libertad, pues los sistemas de opresión siempre se adaptan.  Quizás la clave sea, en palabras de Pilar Aguilar, no perder nunca el distanciamiento crítico; por un lado, frente a las normas que nos son impuestas desde fuera y, por otro lado, frente a lo que personalmente vivimos y sentimos, o sea, frente a nuestros miedos y deseos.

 

Mientras tanto aquí seguiremos las feministas, cuestionando la libertad, sí, pero también señalando y condenando declaraciones como las de Arcángel; declaraciones que, por cierto, y como bien dice Bad Gyal, evidencian que falta mucho trabajo.

 

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