Mucho se está hablando, desde distintos
ámbitos, del último disco de Rosalía “Motomami”. Una de las canciones, “Hentai”,
tiene una frase que está en el centro del debate: “siempre me pone por delante de
esa puta”. La ola de críticas no se ha hecho esperar.
Según la cómica y guionista Henar Álvarez,
Rosalía muestra una clara falta de sororidad al vejar a otra mujer llamándola
puta: “es fruto de la rivalidad que se nos ha inculcado a las mujeres, desde
niñas, por conseguir la atención de un varón”, argumentaba. Posteriormente,
justificó la letra porqué el disco trata de “el mal desear”, y esos
sentimientos son “humanos” en el contexto de “desear a una persona ciegamente”.
La periodista y humorista Nerea Pérez delas Heras aboga por “salir de la literalidad en la interpretación de los
productos culturales y artísticos”. En sus palabras “la canción trata de estar
atravesada por la lujuria y en ese contexto caben frases en las que una no es
racional, ni políticamente correcta, ni tampoco feminista”.
Dejando a un lado la opinión de cada cual al respecto, yo quisiera poner el foco en otro aspecto de la cuestión que me
resulta de lo más revelador. Hace unos meses, Rosalía publicaba otro tema “Linda”, junto a la rapera dominicana
Tokischa, donde podía escucharse: “le escupo en la cara al tiempo como si fuera
mi puta”.
En la primera de las frases mencionadas, todo
el mundo parece interpretar que esa “puta” no se refiere a una mujer prostituida
sino a una mujer “como otra cualquiera”. Una mujer vejada por vivir su vida
sexual con libertad. La palabra “puta” se ha usado históricamente como insulto
y de forma peyorativa, para culpabilizar el deseo femenino. El feminismo ha
luchado contra esa realidad, por ello, muchas mujeres se han sentido ofendidas al
entender que Rosalía sigue así perpetuando el orden patriarcal llamando “puta”
a otra mujer. Sin embargo, en la frase de la segunda canción mencionada, cuando
usan el término “puta” se refieren a lo que algunos llaman “trabajadora sexual”
y otras calificamos como “mujer prostituida”. Nadie se inmutó.
Ese es el valor que la sociedad concede a las llamadas putas. Porque a ellas, al parecer, se las puede escupir
en la cara, son putas. A ellas no se las humilla, son putas. A las putas
jamás se las viola, para algo son putas. Y, como bien dice la periodista y
guionista Diana López Varela “Las putas nunca, nunca, son asesinadas: mueren,
obviamente, porque son putas”.
Mi admirada activista abolicionista AmeliaTiganus explica que “muchos puteros quieren hacer a las putas lo que nunca
harían a sus esposas”. En su libro “La Revuelta de las Putas” también cuenta que
estos hombres, fuera del prostíbulo, son incapaces de negociar en términos de
igualdad un encuentro sexual con una mujer, “se encuentran perdidos, pues no
pueden ejercer la dominación que les otorga el billete en el prostíbulo”. En un
mundo donde el feminismo cada vez ocupa más espacios, el prostíbulo es el único
lugar donde pueden seguir siendo “los machos de siempre”, y seguir perpetuando
los códigos de la masculinidad hegemónica que ya no son tan aceptados en otros ámbitos.
Si la frase que escuchamos fuera “le
escupo en la cara al tiempo como si fuera mi esposa”, probablemente, entraríamos
en cólera, pero ¿qué nos importa lo que les hagan a las putas? Ellas son “las
otras”, no sólo no nos importa lo que les suceda, sino que asumimos, al
parecer, que deben aceptar cosas que no permitiríamos para otras mujeres.
Mientras tanto, las que viven en
la prostitución siguen teniendo una tasa de mortalidad cuarenta veces más alta
que el resto de las mujeres. Según la escritora y activista sueca Kajsa EkisEkman, recientemente se publicó en Canadá un estudio que concluía que para una
mujer era mucho menos peligroso vivir sin techo o caer en la drogadicción que
entrar en la prostitución. A su vez, el 80% del millón aproximado de seres
humanos que pasan por las redes de tráfico de personas son mujeres, y en
España, más del 90% de las mujeres dedicadas a la prostitución son inmigrantes
en situación irregular. La brecha de la desigualdad es un auténtico foso en su
caso.
Como bien explica Amelia Tiganus, que la
prostitución no sea una preocupación general es un problema, porque a todas las
mujeres nos afecta que existan espacios físicos donde los hombres pueden abusar
del poder que tienen sobre mujeres pobres y vulnerables.
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