jueves, 31 de marzo de 2022

ROSALIA Y LAS “PUTAS” QUE Sí NOS IMPORTAN

 



Mucho se está hablando, desde distintos ámbitos, del último disco de Rosalía “Motomami”. Una de las canciones, “Hentai”, tiene una frase que está en el centro del debate: “siempre me pone por delante de esa puta”. La ola de críticas no se ha hecho esperar.

Según la cómica y guionista Henar Álvarez, Rosalía muestra una clara falta de sororidad al vejar a otra mujer llamándola puta: “es fruto de la rivalidad que se nos ha inculcado a las mujeres, desde niñas, por conseguir la atención de un varón”, argumentaba. Posteriormente, justificó la letra porqué el disco trata de “el mal desear”, y esos sentimientos son “humanos” en el contexto de “desear a una persona ciegamente”.

La periodista y humorista Nerea Pérez delas Heras aboga por “salir de la literalidad en la interpretación de los productos culturales y artísticos”. En sus palabras “la canción trata de estar atravesada por la lujuria y en ese contexto caben frases en las que una no es racional, ni políticamente correcta, ni tampoco feminista”.

Dejando a un lado la opinión de cada cual al respecto, yo quisiera poner el foco en otro aspecto de la cuestión que me resulta de lo más revelador. Hace unos meses, Rosalía publicaba otro tema  “Linda”, junto a la rapera dominicana Tokischa, donde podía escucharse: “le escupo en la cara al tiempo como si fuera mi puta”.

En la primera de las frases mencionadas, todo el mundo parece interpretar que esa “puta” no se refiere a una mujer prostituida sino a una mujer “como otra cualquiera”. Una mujer vejada por vivir su vida sexual con libertad. La palabra “puta” se ha usado históricamente como insulto y de forma peyorativa, para culpabilizar el deseo femenino. El feminismo ha luchado contra esa realidad, por ello, muchas mujeres se han sentido ofendidas al entender que Rosalía sigue así perpetuando el orden patriarcal llamando “puta” a otra mujer. Sin embargo, en la frase de la segunda canción mencionada, cuando usan el término “puta” se refieren a lo que algunos llaman “trabajadora sexual” y otras calificamos como “mujer prostituida”. Nadie se inmutó.

Ese es el valor que la sociedad concede a las llamadas putas. Porque a ellas, al parecer, se las puede escupir en la cara, son putas. A ellas no se las humilla, son putas. A las putas jamás se las viola, para algo son putas. Y, como bien dice la periodista y guionista Diana López Varela “Las putas nunca, nunca, son asesinadas: mueren, obviamente, porque son putas”.

Mi admirada activista abolicionista AmeliaTiganus explica que “muchos puteros quieren hacer a las putas lo que nunca harían a sus esposas”. En su libro “La Revuelta de las Putas” también cuenta que estos hombres, fuera del prostíbulo, son incapaces de negociar en términos de igualdad un encuentro sexual con una mujer, “se encuentran perdidos, pues no pueden ejercer la dominación que les otorga el billete en el prostíbulo”. En un mundo donde el feminismo cada vez ocupa más espacios, el prostíbulo es el único lugar donde pueden seguir siendo “los machos de siempre”, y seguir perpetuando los códigos de la masculinidad hegemónica que ya no son tan aceptados en otros ámbitos.

Si la frase que escuchamos fuera “le escupo en la cara al tiempo como si fuera mi esposa”, probablemente, entraríamos en cólera, pero ¿qué nos importa lo que les hagan a las putas? Ellas son “las otras”, no sólo no nos importa lo que les suceda, sino que asumimos, al parecer, que deben aceptar cosas que no permitiríamos para otras mujeres.

Mientras tanto, las que viven en la prostitución siguen teniendo una tasa de mortalidad cuarenta veces más alta que el resto de las mujeres. Según la escritora y activista sueca Kajsa EkisEkman, recientemente se publicó en Canadá un estudio que concluía que para una mujer era mucho menos peligroso vivir sin techo o caer en la drogadicción que entrar en la prostitución. A su vez, el 80% del millón aproximado de seres humanos que pasan por las redes de tráfico de personas son mujeres, y en España, más del 90% de las mujeres dedicadas a la prostitución son inmigrantes en situación irregular. La brecha de la desigualdad es un auténtico foso en su caso.

Como bien explica Amelia Tiganus, que la prostitución no sea una preocupación general es un problema, porque a todas las mujeres nos afecta que existan espacios físicos donde los hombres pueden abusar del poder que tienen sobre mujeres pobres y vulnerables.

 

 

 

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