«Si queremos que no nos pisoteen, no nos pisoteemos
entre nosotras», estas eran las letras que mostraba la pancarta de una mujer
que marchaba en frente mío en la manifestación feminista del 8 de marzo. Me
pareció una reflexión tan interesante como valiente. Y es que no siempre es
fácil hacer autocrítica, pero sí es necesario para mejorar.
El feminismo me ha ayudado en muchos sentidos, y
uno de los ejercicios más difíciles que me ha llevado a hacer es el de
observarme. Una vez adquirida la conciencia feminista he entendido que ciertos
comportamientos y sentimientos propios no han sido correctos. Y los he
modificado, o, al menos, lo he intentado. Por ejemplo, una de las conductas que
he decidido no volver a llevar a cabo jamás es la de criticar a otras mujeres
utilizando argumentos misóginos y machistas. Somos muchas las
mujeres que en algún momento de nuestras vidas hemos sido más críticas con la
mujer con la que nos han puesto los cuernos que con el hombre que nos ha
coronado. Y eso no está bien. Es injusto y desafortunado. Y ya ni hablar de
achacar esa infidelidad a las provocaciones de la mujer, eso es, simplemente,
lamentable.
El feminismo ha puesto en valor la práctica de la
sororidad. Este concepto, que viene del latín soror «hermana» pretende aumentar
la fraternidad entre mujeres. A mí, personalmente, me parece una de
las revoluciones más significativas del feminismo, pues, lamentablemente para
nosotras, los enfados entre mujeres están plagados de conflictos referidos a
los hombres. Estas rivalidades no hacen más que causarnos malestar
y, aunque creo primordial hacer un ejercicio de autocrítica e introspección
para cambiarlo, también considero necesario cambiar todo elemento externo que
nos lleva a actuar de esta manera. Porque sí, las influencias del patriarcado
alimentan los supuestos de celos y envidias femeninas.
Cuando somos pequeñas, todo cuento nos muestra a las
mujeres como rivales. En ‘La Cenicienta’, por ejemplo, la madrastra y
hermanastras de Cenicienta solían maltratar y humillar a Cenicienta. Disney las
planteó como «feas» y parece que no pudieron soportar que fuera Cenicienta la
que captara la atención del príncipe. En ‘Blancanieves’, a su vez, la madrastra
decide matar a Blancanieves porque el espejito mágico le comunica que es ésta la
mujer más bella del reino. También la Bella Durmiente cayó en un profundo sueño
por culpa de otra mujer.
A parte de la obsesión por hacernos rivales a las
mujeres, y de poner al hombre como origen de esta enemistad, también he captado
una cierta tendencia a catalogar a las mujeres como «malas por naturaleza».
Siempre me ha cabreado un poco esta afirmación (tantas veces repetida) porque,
simplemente, no es verdad. Yo no creo que los conflictos entre mujeres
mencionados anteriormente tengan que ver con nuestro estado natural de
«maldad». Tampoco creo que las mujeres sean más malas que los hombres. Ni que
ellos sean más nobles. Como bien explica Diana
López Varela: «Las mujeres hemos estado tradicionalmente pegadas al
macho, a la casa, compitiendo por él, por ser la elegida y mucho menos
acostumbradas a trabajar en equipo, por y para nosotras». Y es que,
nuestro proceso de socialización es primordial a la hora de asentar ciertos
comportamientos y desarrollar nuestra personalidad. Somos seres profunda,
psíquica y constitutivamente sociales y eso significa que somos lo que
aprendemos. Más bien lo que nos enseñan.
Cabe mencionar, además, que, al igual que existen
celos y envidias femeninas, en las cuales, insisto, tenemos que trabajar, las
mujeres también establecemos relaciones increíblemente sinceras y genuinas.
Pensad en vuestras amigas. Nosotras creamos relaciones llenas de comprensión,
amor, cariño, ternura, confidencias, generosidad, tolerancia, apoyo
incondicional y diversión. Obviamente existen mujeres malas y crueles, al igual
que hombres, pero definir la relación de las mujeres siempre como tóxica y poco
real contradice la experiencia más elemental de todas nosotras.
Uno de los agentes de socialización más importantes
hoy en día son los medios de comunicación audiovisual, cuyo discurso reproduce
una inexacta representación de las mujeres. Tal y como expresa Pilar Aguilar,
en la vida real, las mujeres son autoras de un 5% de los asesinatos, en las
series, no obstante, de un 30-40%. Si a eso le sumamos que son pocas las
películas en los que las mujeres salen adelante juntas y baten a un rival y que
también son escasas las series en las que se muestra la sororidad como ambiente
habitual entre las mujeres, cabe entender que no sólo somos nosotras las que
tenemos que cambiar y hacer autocrítica.
Para poder crecer en la sororidad y ejercerla,
necesitamos estímulos que nos lleven a ello. Debemos dejar atrás los
cuentos y películas donde las mujeres se enfrenten por el amor de un hombre, o
donde la envidia y competitividad entre ellas surja siempre en relación a la
belleza y al atractivo físico. También debemos superar la idea de que las
mujeres somos malvadas. Una vez interioricemos la importancia de la sororidad y
la conciencia feminista recorra nuestras entrañas, entonces no hay excusa:
Debemos eliminar las actitudes machistas y misóginas hacia otras mujeres. No
podemos pisotearnos entre nosotras, ya lo decía aquel cartel.