Marta Carriedo |
Hace poco un buen amigo me pasó un vídeo. Concretamente se trataba de un video en el que Marta Carriedo, una influencer de moda, se explayaba en redes sociales sobre un asunto bastante recurrente entre los influencers actuales: Estaba muy agradecida a la existencia del maquillaje, pues no sabía qué haría ella sin él.
“Hoy me he despertado con una cara horrible” —decía la influencer en el vídeo—“Qué ojeras tenía. Qué horror”. El video concluía de la siguiente manera: “¿Que
haríamos las mujeres sin maquillaje? Pobres los hombres, que no se pueden
maquillar…”.
Me alegré de que mi amigo pensara en mí
cuando vio el video. Soy una persona bastante “pesadita” con todo esto de la
presión social que sufrimos las mujeres para estar físicamente perfectas en
todo momento y, claramente, Marta Carriedo era un ejemplo de ello.
Al de unos días del suceso, trasteando en
internet, el siguiente titular captó mi atención: “La influencer Marta Carriedo
ha sido duramente criticada por las declaraciones realizadas en redes sociales
sobre el maquillaje”. Mi sorpresa fue evidente ¿Acaso todo el mundo había
captado el mensaje de dependencia hacía el maquillaje que trasmitía Marta?
Parece ser que no. La crítica no venía por
esa vía. El foco de la crítica era la última de las frases mencionadas en el
video “pobres hombres, no se pueden maquillar”. La marabunta de gente que se
había avalanzado al perfil de Marta Carriedo tenía una reclamación bien clara:
Los hombres también se pueden maquillar.
Días más tarde a este acontecimiento, esta
vez en el ámbito laboral, una reclamación muy parecida a la que acabo de
mencionar llegaba a mis oídos. Un grupo de hombres acusaba una medida tomada
por la empresa como discriminatoria hacia un género. La medida era la
siguiente: Sólo los baños de mujeres contenían un espejo, los baños de hombres no.
Cuando escuché la noticia me alegré
muchísimo. Estaba totalmente de acuerdo con la reclamación. El espejo en el
baño de mujeres simbolizaba la presión social respecto al físico a la que las
mujeres nos vemos sometidas. El reconocimiento a nivel físico es más estricto
para nosotras y parece que resulte necesario tener un espejo para cerciorar que
nuestra apariencia física está perfecta
en todo momento. ¿Por qué va, dicha exigencia, dirigida únicamente hacia las
mujeres? ¿Por qué se encuentra el espejo situado, únicamente, en el baño de
mujeres?
Una vez más mi inocencia quedó patente.
Este grupo de personas consideraba que la medida era discriminatoria hacia los
hombres. Se había otorgado un privilegio a las mujeres. El privilegio de tener
espejo. Ellas tenían algo que ellos no tenían y esta situación resultaba
discriminatoria hacia ellos. Incluso “hembrista” me pareció escuchar.
Creo que no resulta necesario explicar que
considero no sólo lícito, sino fenomenal que los hombres se maquillen, se
peinen y se re-peinen si lo desean. Me parece estupendo que se miren al espejo
y también que se vistan como ellos quieran. Lo que no me hace tanta gracia es
que se anule e invisibilice la crítica feminista hacia la feminidad impuesta,
hacia la dependencia al maquillaje y hacia la presión social que sufrimos las
mujeres para estar perfectas en todo momento.
A día de hoy muchísimas mujeres son
incapaces de dejarse ver sin maquillaje y acuden a mirarse al espejo
compulsivamente para asegurarse de que están perfectas. Son varias las mujeres que
se avergüenzan al mirar su reflejo en el espejo y necesitan ocultarse tras una
máscara de color para sentirse con la suficiente confianza para mostrarse al
mundo.
Hace poco salía la noticia de que varias
mujeres están empezando a acudir a clínicas de cirugía plástica para que sus
caras se asemejen a los “filtros” de instagram. La noticia impactó muchísimo a
la gente, no obstante, ocurre exactamente lo mismo con el efecto del
maquillaje. Los famosos “foxy eyes”, los
labios gruesos o los pómulos marcados son efectos que se consiguen gracias al
maquillaje. Hoy en día un inmenso número de mujeres han decidido someterse a
operaciones estéticas para mantener esos efectos en sus rostros con carácter
permanente, pues habían dejado de ser capaces de mirarse sin dichos efectos.
Así, el relleno de labios con ácido hialurónico o la eliminación de las
bolas de bichat se están convirtiendo en el pan de cada día de los centros
estéticos.
El sistema contribuye a que formemos un
rechazo a quienes somos condenándonos a una cárcel de productos industriales de
belleza y operaciones estéticas. Sin embargo,
los recientes acontecimientos me han hecho entender que ya ese debate
parece anticuado. El debate de la presión social que sufrimos las mujeres
respecto a nuestro físico queda atrás dejando paso a la reivindicación de los
hombres de formar, libre y voluntariamente, parte de este sistema.
Por suerte, y después de los dos fiascos
mencionados, también me encontré con un par de buenas noticias. Parece que dos
famosas influencers recientemente han hablado de la presión social a la que
están sometidas con respecto a su físico. Se trata de Jedet y de Violeta Mangriñan.
Jedet decía literalmente que se
consideraba una víctima del sistema.
Decía que se sentía encarcelada, pues estaba obsesionada con la belleza
(obsesionada con el pelo, con la piel, con el maquillaje) Acababa la entrevista
con las siguientes declaraciones: “Es horrible. Me gustaría que la gente
pudiera sentirse cómoda teniendo granos, no depilándose, no maquillándose. Yo
no puedo”. Violeta Mangriñan también verbalizaba las palabras “obsesión por mi
físico” contando incluso el trastorno alimenticio en el que se ve inmersa a
causa de dicha obsesión.
Sinceramente, consideraba a estas dos
influencers parte del clan de “me maquillo porque soy libre y no tiene nada de
malo”. Me alegra ver que personas que en
un principio defendían ese discurso admiten que puede crear dependencia y quien esa obsesión por
el físico supone un problema.
La presión social respecto al físico al
que estamos sometidas las mujeres es un tema importante. Hace falta hablar de ello.
Hace falta reconocerlo y hace falta aceptar que acarrea graves consecuencias. Como bien dice Elena de la Vara; “La
liberación para nosotras no está en ponerse maquillaje vendiéndolo como algo
divertido por tener muchos colorines. La liberación pasa por no depender del él
y porque se dejen de fomentar estos elementos como una aspiración para las
mujeres”.
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