miércoles, 24 de marzo de 2021

LOS REQUISITOS DE LA INTIMIDACIÓN Y EL CASO DE “LA MANADA”


En la sociedad actual resulta bastante común que los términos jurídicos y los utilizados por gran parte de la población discrepen en su significado. Al igual que el ciudadano de a pie no suele emplear en su vida cotidiana términos relacionados con la Astrofísica o la Biología, en el ámbito del Derecho suele ser muy común la utilización de términos que coexisten con el lenguaje popular. En circunstancias normales, un ciudadano que se dispusiera a leer un libro de astrofísica no entendería la gran parte de los términos técnicos utilizados, no obstante, si el mismo ciudadano acudiera a leer el Código Penal se encontraría con términos más cercanos a su lenguaje habitual. El problema reside en que, muchas veces, el lenguaje técnico que se aplica en el Derecho no se corresponde con el lenguaje que se utiliza en la calle, esto es, suelen emplearse palabras idénticas para describir conductas diferentes y ello suele ser causa de muchos problemas.
Uno de los ejemplos más comunes de este fenómeno se observa en los ciudadanos que acuden a juzgar un caso como parte del Tribunal del Jurado. Cuando estas personas se encuentran con asesinatos llevados a cabo ejerciendo un centenar de puñaladas, no pueden comprender que no se aplique el “ensañamiento” como circunstancia agravante. El sinónimo de ensañar, según el diccionario de la Real Academia Española supone “Deleitarse en causar el mayor daño y dolor posibles a quien ya no está en condiciones de defenderse” y el esquema mental que suele hacer un ciudadano de a pie cuando visualiza a un sujeto empleando un centenar de puñaladas está directamente ligado al ensañamiento.  Por otro lado, el Código Penal considera el ensañamiento como “aumentar deliberada e inhumanamente el sufrimiento de la víctima, causando a ésta padecimientos innecesarios para la ejecución del delito”, por lo tanto, si un sujeto emplea cien puñaladas a otro sujeto, pero este último fallece en el primer minuto, no puede considerarse que existe ensañamiento, pues no se ha causado un padecimiento innecesario a la víctima.
Tal y como se ha mencionado anteriormente, el caso más reciente donde se ha manifestado esta confusión es en el caso de “La Manada”. La ciudadanía no puede contemplar que en el relato de hechos probados llevado a cabo por la Sala no hubiera existencia de violencia e intimidación. Sin embargo, lo que realmente cabe preguntarse en esta cuestión es: ¿es este caso realmente un problema de inadecuación del lenguaje?
Por un lado, sí. Realmente, dos de los jueces de la Sección Segunda de la Audiencia Provincial de Navarra sí han creído a la víctima y sí han considerado que la superioridad física y numérica, y el lugar donde se llevaron a cabo los hechos imposibilitaron la posibilidad de decidir de la misma. No obstante, la concepción de intimidación que tiene la sociedad actual está recogida en el Código Penal como prevalimiento, un desajuste conceptual por el que han pagado en primera mano los dos jueces que dictaron la Sentencia mayoritaria de “La Manada”.
La doctrina jurisprudencial une la existencia de “intimidación” a una especie de amenaza de un mal. No obstante, la concepción popular de intimidación no incluye la existencia de una amenaza. Es más, la realidad social ha mostrado que existen varias formas de hacer que una persona se sienta amenazada y estas no siempre están ligadas a la verbalización de la misma. Tratándose de cinco varones, con clara superioridad física y considerando las características del lugar donde ocurrieron los hechos, cabe suponer que no hiciera falta amenaza alguna para ejecutar la acción, pues las circunstancias ya implantaron el sentimiento de amenaza en la víctima.
Sin embargo, la superioridad física y numérica sí se ha tenido en cuenta por la Audiencia Provincial de Navarra para calificar la conducta delictiva. Así, la Sentencia mayoritaria ha sido muy rotunda en considerar la existencia de prevalimiento. El apartado número tres del artículo 181 del Código Penal describe el subtipo agravado del abuso sexual; el prevalimiento. Así, Cuando la superioridad en tanto que constitutiva del prevalimiento tenga el efecto de viciar, en grado sumo, la posibilidad de decidir de la víctima, teniendo como resultado que esta tenga pocas (o ninguna) opción ante los requerimientos del agresor, hace que exista prevalimiento. Tal y como asimilamos los conceptos los ciudadanos de a pie podríamos entender que lo que se consigue a través de esa superioridad descrita en apartado tres del artículo 182 del Código Penal es el “intimidar” a la víctima, causarle miedo hasta el punto de que tenga imposibilidad de decidir, coartando su libertad decisoria.  La descripción del subtipo agravado de prevalimiento casa perfectamente con la concepción popular de intimidación.
¿Es adecuada la terminología empleada en el código Penal? En mi opinión no. Desde la perspectiva del lenguaje, prevalerse significa valerse o servirse de una cosa para lograr un objetivo. Es decir, denota funcionalidad sin connotaciones reprochables. Intimidar, no obstante, tal y como lo entendemos los ciudadanos de a pie, está estrechamente ligado a la utilización del miedo para conseguir unos resultados determinados.
Si la inadecuación de las palabras es el problema principal, sería fácilmente subsanable. Varios expertos en Derecho han reclamado la necesidad de ejercer pedagogía en lo que al Derecho respecta. Podría incorporarse el Derecho a las aulas, y hacer los términos jurídicos y su utilización más cercana a la gente. Por otro lado, también podría tratarse de adecuar desde el poder legislativo el lenguaje jurídico a las concepciones populares, con el fin de evitar conflictos. No obstante, el caso de “La Manada” no es sólo un problema de inadecuación del lenguaje, el caso ha puesto sobre la mesa un problema de mayor calibre: ¿es exigible una oposición activa de la víctima para entender que estamos ante un supuesto de agresión sexual, esto es, ante una intimidación?
Sí. Abuso y prevalimiento vician la libertad del consentimiento de la víctima, haciendo ambos que éste sea penalmente irrelevante, en cambio, la intimidación se une a la oposición de la víctima.
En mi opinión, es aquí donde reside el verdadero problema. La ciudadanía ha sentido desproporcionado exigir a la víctima oponerse cuando  considera que de esa oposición pueden derivarse serios males. Es cierto que los doctores de Derecho Penal varias veces han advertido el peligro que supone hacer leyes a raíz de casos mediáticos, no obstante, considero que la lectura que hay que hacer de la cantidad de protestas y manifestaciones que ha desatado el fallo del caso de “La Manada” es la necesidad de una respuesta penal diferente ante una reacción tan natural como es el no oponerse ante una agresión de este calibre.

Aquí se ha tratado de mostrar la regulación actual del término intimidación y sus exigencias. Sin embargo, cabría hacer otra reflexión (posiblemente más extensa) sobre la razón por la que en los delitos contra la indemnidad sexual, donde la gran mayoría de víctimas son mujeres, existe este requisito de oposición y, en cambio, en otros delitos como el delito de robo con violencia o intimidación, donde las víctimas pueden ser tanto hombres como mujeres, no se exige oposición alguna. El machismo abarca todas las áreas, pero mientras se siga responsabilizando a las mujeres de su propia supervivencia las mujeres seguirán siendo víctimas de la dominación masculina.

martes, 23 de marzo de 2021

CÁLLESE SEÑOR ARCÁNGEL

 

Arcángel

Quizás sea el encierro al que estamos sometidos el causante de que mi mente se desplace a otros momentos de mi vida, pero últimamente he estado pensando mucho en el verano que pasé con dos amigas trabajando en el extranjero. Dicen que la memoria tiende a retener solo lo positivo, es cierto, pero, entre los buenos recuerdos de bailes y risas, de vez en cuando también asoman recuerdos desagradables. Por ejemplo, siempre he pensado que aquel verano retrocedí en el tiempo, pues muchas afirmaciones que escuché, sobre la mujer y su comportamiento, parecían dignas de la España franquista.

 

Todavía recuerdo aquel día en que un compañero de trabajo nos decía a mi amiga y a mí que él jamás se casaría con una extranjera; “Son muy fáciles” decía. Él quería casarse con una “dama”, alguien que, según él, supiera comportarse. Él quería a una mujer “modesta” a su lado, que fuese tímida, decía, pues la timidez le parecía un símbolo de elegancia. Nosotras no entendíamos nada, ya no solo por lo machistas que eran sus afirmaciones, sino porque todas las noches, cuando salíamos a bailar, le observábamos babear e intentar ligar con todas aquellas extranjeras “no modestas” a las que tanto criticaba. Mi amiga y yo nos subíamos a la tarima y bailábamos como nos daba la gana, nos sentíamos revolucionarias e informales, pues esos bailes eran una forma de sacar el dedo a todos aquellos que decían que las mujeres debíamos comportarnos. 

 

Imagino que las mujeres que, en otra época, se subían a la tarima y bailaban como se suponía que no debían bailar tendrían la misma sensación de ser revolucionarias que nosotras en aquel momento. Es comprensible su sentimiento de rebeldía, no solo era una manera de desafiar la norma impuesta, sino también una forma de mostrar que les daba exactamente igual no ser consideradas “futuras esposas” (principal fin de la existencia de toda mujer según el patriarcado). Pena que, como suele ser habitual, la industria musical poco tardaría en apropiarse de ese acto. Como bien sabemos, la sexualidad (entendida esta desde un punto de vista androcéntrico) siempre ha sido utilizada por la publicidad para atraer al público masculino (el "clickbait" de hoy en día). La industria musical no quedaría atrás, y, detrás de todos los reguetoneros que protagonizaban los videoclips, varias mujeres serían colocadas en la tarima para bailar con poca ropa. Los hombres, como aquel compañero de trabajo, entrarían corriendo a ver a aquellos videos llenos de mujeres, y después abrazarían a su “modesta” mujer antes de dormir.

 

De esta situación derivan varios fenómenos a analizar. Por un lado, la forma en la que la sociedad actual continúa ordenando a las mujeres en dicotomías de mujer pública o mujer privada, puta o madre. Sin ir más lejos, esta semana el cantante Arcángel se ha pronunciado al respecto. Se trata de un conocido reguetonero cuyos videoclips muestran una ingente cantidad de mujeres en bikini, sin embargo, el susodicho se ha posicionado en contra de todas aquellas mujeres que, en sus palabras, “enseñan el culo”. Según él: “Las mujeres que se respetan se comportan y se catalogan como damas”.  Arcángel se ha beneficiado inmensamente usando la imagen de la mujer sexualizada, no obstante, ahora opina que aquellas mujeres que ha utilizado como reclamo comercial no merecen respeto. Por suerte, cantantes como Bad Gyal o Anitta no han dudado en condenar sus declaraciones.

 

Otra de las cuestiones a concluir es que, por triste que parezca, aquel acto que en un principio parecía liberador se ha convertido en un arma de doble filo; la sexualización se ha convertido en el estándar que las mujeres han tenido que seguir para poder llegar a la industria del espectáculo (Los hombres no, claro, ellos no necesitan sexualizarse, sino sexualizar a las mujeres en sus videos).  El patriarcado y, por ende, la industria musical, han encontrado una nueva forma de encorsetarnos. Tal y como mencionaba la cantante Billie Eilish recientemente, esta es la pregunta que se repite constantemente en las entrevistas que concede: “¿no te has planteado proyectar una imagen más sexy de ti misma?”, la cantante Beatriz Luengo también ha sido crítica al respecto, su libro, El Despertar de las Musas, narra varias situaciones en las que la cantante ha tenido que dar un golpe sobre la mesa.  Tal y como describe, las letras que los productores querían que ella cantara mostraban siempre a la mujer como un objeto sexual, no como un sujeto deseante.

 

El tener que pasar por el aro (este camino tan estrecho) para poder destacar en la industria se aleja mucho de la idea de libertad que teníamos; aquella libertad que parecía tan sencilla, aquella que parecía que iba a llegar tan pronto como rompiéramos con el mandato de mujer recatada. Es triste que la mirada masculina siga controlando el cuerpo de las mujeres, sobre todo la mirada de hipócritas como Arcángel o aquel compañero de trabajo.

 

La idea de que la libertad de las mujeres siempre esté llena de armas de doble filo ha vuelto a resurgir en mi mente cuando el libro de Najat El Hachmi El Lunes nos Querrán ha caído en mis manos. El libro cuenta la historia de dos jóvenes musulmanas que, viviendo en un entorno opresivo, desean encontrar la libertad.  En uno de los fragmentos del libro la protagonista muestra una tremenda admiración por la madre de su amiga, también musulmana, pues esta sigue una dieta.  La protagonista, por otro lado, tiene completamente prohibido modificar su cuerpo; ella siempre ha sido advertida de las consecuencias devastadoras que puede tener el hecho de provocar el deseo de los hombres y toda conducta de esta índole es considerada “una provocación” hacia ellos.  En un mundo donde la modificación de la imagen parece tener consecuencias directas sobre lo que eres (una cualquiera) hacer dieta también parece un acto de rebeldía, una manera de contradecir la norma impuesta, y una forma de desafiar el posible deseo masculino. Sin embargo, pronto descubrirán que aquello nada tiene que ver con la libertad; las sesiones semanales de tratamientos corporales, donde el dolor de las agujas les causa el llanto, la cantidad de horas sin comer, llegando a sufrir mareos y desmayos, o la total dependencia a las cremas anticelulíticas, no hacen más que evidenciar que aquello tampoco es una vida libre de ataduras.

 

Es frustrante que todo acto llevado a cabo por nosotras (ya sea bailar en una tarima o modificar nuestro cuerpo) sea considerado realizado con el fin de complacer a los hombres, más aún, que dependiendo de los actos que llevemos a cabo, se nos otorgue un grado mayor o menor de respeto.  Todas estas injusticias que hemos padecido las mujeres a lo largo de nuestras vidas no solo han creado un profundo malestar en nosotras, sino también un inevitable sentimiento de rebeldía.  En mi caso, fueron estos los sentimientos que me acercaron al feminismo, sin embargo, fue este mismo movimiento el que me enseñó que, romper con el orden anterior, no lo era todo. También aprendí que, el fin del patriarcado de coerción, en sí mismo, no supone la consecución de la libertad, pues los sistemas de opresión siempre se adaptan.  Quizás la clave sea, en palabras de Pilar Aguilar, no perder nunca el distanciamiento crítico; por un lado, frente a las normas que nos son impuestas desde fuera y, por otro lado, frente a lo que personalmente vivimos y sentimos, o sea, frente a nuestros miedos y deseos.

 

Mientras tanto aquí seguiremos las feministas, cuestionando la libertad, sí, pero también señalando y condenando declaraciones como las de Arcángel; declaraciones que, por cierto, y como bien dice Bad Gyal, evidencian que falta mucho trabajo.

 

jueves, 18 de marzo de 2021

“ARG” VUESTROS FINALES FELICES.


He de confesar que no soy muy dada a las llamadas “revistas del corazón”. Son contadas las veces que he leído una revista de semejantes características,  además, cuando me ha surgido la ocasión nunca he tenido una experiencia satisfactoria.

Recuerdo el día que tuve la  “Cuore” entre mis manos por primera vez, fue en la peluquería. La peluquera me puso la revista  en el regazo con la mejor de las intenciones pero pase un rato realmente malo. Todos esos “Arg” que surgían de las imperfecciones físicas de las famosas del momento me quitaron lentamente las ganas de vivir. “Arg” la celulitis, “Arg” las arrugas, “Arg” las patas de gallo… me pregunto si los redactores de la “Cuore” serían más felices en un mundo donde sólo hubiese maniquís del Zara. “Arg” el que dais vosotros, pensé.

Sin embargo, hace unas semanas el destino volvió a ponerme entre manos una de estas revistas. Esta vez se trataba de la revista “Hola”. El titular me enfureció más que los mencionados “Arg”, pues rebosaba machismo, pero de una manera mucho más sutil e imperceptible.

El titular decía lo siguiente; “Carlota rompe su compromiso con Dimitri, la princesa  que no ha podido encontrar su final feliz”.

Parece ser que la princesa de Mónaco ha roto su matrimonio y como no podía ser de otra forma, los redactores de la revista han tomado la postura más común en nuestra sociedad;  dramatizar porque  la gente se separe porque su relación de pareja no va bien.

En nuestra sociedad el divorcio y la separación siguen siendo vistos de manera trágica. Y da igual que alguien cuente que se ha separado porque eso le hace más feliz. Esta realidad nos afecta a las mujeres principalmente,  pues estamos  educadas desde niñas para considerar el amor romántico como el principal fin de nuestra existencia. 

En nuestro proceso de socialización las mujeres aprendemos que la felicidad y el bienestar sólo pueden ser logrados a través de la mediación directa de un hombre y que si  para vivir el amor tenemos que pasar por las más horribles tempestades, pues se pasa. Varias películas y series de televisión muestran que el amor justifica cualquier sufrimiento. Nos hacen pensar que es precisamente ahí donde esta nuestra salvación. En el amor. Que la soledad es dura y en ocasiones es mejor aguantar que dejar ir. 

Lo que me parece curioso es que mientras las campañas contra la violencia de género llenan los paneles publicitarios del Metro y las páginas de la revista “Hola” se llenan de mensajes apoyando la eliminación de la violencia contra la mujer, este tipo de titulares siguen fomentando la idea de que las mujeres no podemos ser felices sin nuestro “amor”. Luego se sorprenderán si no sabemos decir "basta" a relaciones tóxicas y destructivas.

La solución a las terribles cifras que baraja la violencia machista no es la de vendernos la moto con mensajes biensonantes contra la violencia de género. Quizás deberíamos empezar por dejar de inculcar a las mujeres el matrimonio como una aspiración futura y dejar de conectar la soltería y la ruptura al fracaso.

 En el caso de las  novecientas ochenta y tres mujeres asesinadas desde el año 2003, el  final feliz habría sido, precisamente, haber acabado para siempre con sus parejas  y no haberlas vuelto a ver nunca jamás.  Ese sí que habría sido un verdadero final feliz.

 

 

  



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